El lobby infame, la tiranía del ranking de Shanghai y las Olimpiadas
El otro
día, para mi disgusto, leí el articulo de opinión de Berta González de Vega en
El Mundo, Aristocracia Cognitiva. No
es la primera comparación entre Ciencia y Deporte que leo en estos días
post-olímpicos, las Olimpiadas de Río con sus 17 medallas a las/os esforzadas
olímpicas españolas generan estas cosas. Pero el tono del artículo de la señora
González, a mi, profesor universitario (si, miembro de ese lobby infame) e
investigador en activo desde hace 30 años me ha generado una indignación y una
desazón inhabituales en mí.
Las
líneas argumentativas del mencionado artículo la Sra. González se pueden
resumir así. España ha obtenido 17 medallas demostrando que el esfuerzo, el
sacrificio de nuestra/os olímpica/os, y un sistema de selección de los mejores
da sus frutos. Además, esto recuerda a la autora que nuestro país es puntero en
muchas otras cosas en las que el esfuerzo, la creatividad y la excelencia son
importantes: grandes cocineros, empresas punteras que nos permiten ser un país
exportador, y la aparición de start-ups
innovadoras, escuelas de negocios, etc. En el resto del artículo la autora se
esfuerza en denostar el sistema universitario e investigador de nuestro país, y
específicamente a los profesores universitarios. No tenemos premios Nobel en
ciencias desde Ramón y Cajal (excluyendo Severo Ochoa, que trabajó en EEUU).
Nuestras universidades aparecen en posiciones bajas (más allá del 150) en las
listas de clasificación de calidad de instituciones académicas (el Ránking de
Shangai, por ejemplo). Y la culpa, según el artículo argumenta entre líneas, es
del profesorado. Con alguna excepción (cita al profesor Francisco Mojica de la
Universidad de Alicante, quien descubrió el sistema CRISPR, lo que permite prometedoras
aplicaciones biotecnológicas de edición de ADN) los demás profesores
universitarios parece que obtuvieron el doctorado cum laude porque no hay otra calificación posible (no es cierto, he
estado en tribunales en los que no dimos el cum
laude) y trabajan en un entorno académico en el que la meritocracia está
ausente. Y han conformado un lobby que se dedica a participar en tertulias para
lucir sus títulos académicos y a medrar en el mundo de la política (sobre todo,
parece ser, en el PSOE y en otro partido que ni siquiera se nombra). El
objetivo de ese lobby, explica la Sra. González parafraseando a Pink Floyd, es
que sigamos comfortably numb
(confortablemente atontados). La universidad dirigida por unos ineptos que
quieren que no pensemos.
Para
acabar, la Sra González de Vega da una idea constructiva: para ser un país
excelente en todo, tal y como lo somos en el deporte, en la cocina, en la moda
o el turismo, sólo hay que neutralizar a ese lobby. Neutralizar, bonito verbo.
Sospecho
que la Sra González de Vega hace unos cuantos años que no pisa una universidad,
al menos una pública. Porque lo que es evidente es que ignora qué es y qué hace
un/a profesor/a de una universidad española. La clave es si la Sra González de
Vega (o cualquier otra persona) sabe evaluar la calidad o la excelencia de una
universidad y de su profesorado. La excelencia de los deportistas es muy fácil
de medir, en eso consisten unos juegos olímpicos. Todos los deportistas
realizan las pruebas en las mismas condiciones. En atletismo y otras
disciplinas olímpicas se controla hasta la más ligera brisa, y una marca puede
quedar invalidada si el viento sopla a favor por encima de una determinada
velocidad. Por contraposición, los rankings académicos son muy arbitrarios: el
número de las variables que intervienen es infinito y la mayoría de éstas no
dependen, o lo hacen muy indirectamente, de la propia universidad. Son más bien
fruto de la sociedad en la que la universidad se crea y para la que trabaja, de
su entorno socio-económico. Por ejemplo, es muy relevante la inversión
pública en I+D del país en cuestión, el presupuesto global de la Universidad o
la inversión en investigación por parte de la industria. Aun así, si observamos el mapamundi que nos
aporta el Shanghai Ranking
apreciamos cómo nuestro país ocupa un modesto, pero no irrelevante lugar en el
mismo con 13 universidades en el top 500. No tenemos premios Nobel, pero todos
(los científicos) sabemos que las grandes instituciones académicas estadounidenses,
británicas y europeas, hacen lobby para conseguir que su profesorado sea
candidato a los premios. Nuestro país está al margen de esos circuitos de
influencia.
Un
profesor de una universidad pública española, Sra. González de Vega, no sólo
investiga y publica artículos, da clases. Muchas clases. Hablando con colegas
de universidades europeas (británicas, alemanas, francesas, italianas, suizas)
o estadounidenses, nunca, y digo NUNCA, me he encontrado con ninguno que impartiera
más horas de clase al año que yo. A
pesar de ello, un profesor de una universidad pública española investiga y lo
hace bien, especialmente teniendo en cuenta los medios de que dispone. Los
agencias públicas estadounidenses del ámbito científico en el que me muevo (National Institute of Health –NIH; National Science Foundation -NSF) dan
proyectos del orden de 8-10 veces mejor dotados que los mejores proyectos
públicos españoles. Ni que decir tiene, que las compañías privadas europeas y
norteamericanas invierten mucho en I+D+i, para lo cual colaboran a menudo con
laboratorios universitarios. Eso, en
España, es aun muy infrecuente.
En los
últimos años, como consecuencia de la crisis financiera y, sobre todo, de la respuesta
de nuestros gobiernos a la crisis, la financiación del sistema universitario y
de ciencia españoles ha empeorado notablemente tanto en términos absolutos como
en comparación con nuestros vecinos europeos. Contrariamente a lo que esa
tendencia hacía prever, en el quinquenio 2009-2013 el número total de artículos
científicos publicados en nuestro país fue de 389.456, con un crecimiento del
30% respecto del quinquenio anterior, claramente por encima de sus referentes
europeo (14%) y mundial (20%)
. De hecho, en 2013 la producción científica española constituyó un 11,56% de
la producción europea y un 3,56 de la producción mundial, muy por encima de lo
que predice la población española (6,24 % de la europea; 0,63% de la mundial) o
su PIB (7,8% del europeo; 1,8% del mundial). Y, a pesar de la crisis, la
producción científica española no ha parado de crecer (no sabemos si esto
durará mucho). España ocupa el puesto 10
en el ranking mundial de producción científica, pero sólo llega al puesto 22 en
impacto, un concepto difícil de explicar pero que esta relacionado con el número
de veces que los artículos científicos son citados en otros artículos
científicos y, por lo tanto, han sido leídos, analizados y encontrados
interesantes. Los científicos españoles no caemos en la autocomplacencia e
intentamos superarnos cada día, mejorando el impacto de nuestros artículos. Pero
lo que queda meridianamente claro es que la excelencia de la ciencia española
no se aleja mucho de la deportiva.
Como
hemos visto, la producción científica de una universidad se puede medir y
evaluar. Pero ¿cómo medir la producción académica/docente de la universidad? En
los rankings universitarios eso se estima a través del número de estudiantes
internacionales que las universidades consiguen captar, el número de doctores
que se producen y la tasa de empleo de los estudiantes egresados (graduados,
master y doctores). En lo tocante a los estudiantes internacionales, todos
sabemos que en un país angloparlante es muchísimo más fácil tener estudiantes
extranjeros. En nuestro país, dar las clases de máster en inglés puede
significar hacer accesible el postgrado a estudiantes extranjeros, pero
inaccesible al grueso de los estudiantes nacionales (como director de un
postgrado he estado en la difícil tesitura de tomar decisiones al respecto).
Por otro lado, en un país que en los momentos peores de la crisis tenía un 50%
de paro juvenil, es imposible que la tasa de empleo de los graduados, master y
doctorados sea competitiva. Es la estructura socio-económica de nuestra
sociedad, no sólo la calidad de la universidad, la que hace que las
universidades españolas puntúen bajo en los aspectos docentes de los rankings
internacionales. Aun así, la/os graduada/os, masters y doctoras/es que salen de
nuestras universidades tienen un gran éxito en entornos profesionales del
extranjero, donde son muy bien recibidos. La diáspora de jóvenes muy formados (formados
y titulados, sí, Sra. González de Vega) lo demuestra a las claras. Los jóvenes españoles
no sólo tienen espíritu aventurero que les impulsa a emigrar (Marina del Corral
dixit) sino una formación excelente
que les permite competir bien allí. Y allí los tenemos. En el ámbito
académico/investigador, mi experiencia personal me demuestra que las
universidades españolas forman excelentes científicos e ingenieros, al menos
tan buenos como (si no mejores que) los de otros países europeos.
Acabo. Me
alegro de que se sienta usted orgullosa de los deportistas de su país, eso es
bueno. Pero es muy triste que todo lo que ese orgullo le suscite sea un rencor
ciego, visceral, hacia un colectivo que está sosteniendo el sistema
universitario contra viento y marea, en un momento en que el número de
estudiantes se ha incrementado (tras la crisis todo el mundo quiere formarse),
el de profesores ha disminuido (en aplicación de la famosa tasa de reposición
de funcionarios jubilados) y la inversión en educación e investigación se ha
desplomado. Si algún profesor universitario le cae mal, critíquelo a él o ella.
Pero no cargue contra todo el gremio. Y menos sin documentarse un poco.